Dicen que no hay nadie como los franceses para saber hacer suyos, para apropiarse en el mejor sentido del término, para nacionalizar, en definitiva, como franceses, a los hombres insignes de las letras universales, y de las artes, a sus obras y legados,
en
cuanto pueden encontrar en ellos un anclaje, una percha en la que colgar “la
grandeur de la France”, más allá de distingos de nacimiento.
Y
ello, me parece a mí, produce una corriente enriquecedora y ambivalente, o de
dos direcciones: La propia cultura francesa se abre a lo bueno del exterior y
lo bueno del exterior busca ese sello prestigioso de su estadía en el país
vecino.
Y
uno, modestamente, ha buceado entre los hombres insignes de las letras de
nuestra provincia y, creo yo, que no somos menos hospitalarios, inclusive a lo mejor más, que nuestros
vecinos gabachos, aunque no estoy tan seguro de que nos sepamos vender igual de
bien.
Veamos
una muestra: Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita que, si bien, es más conocido por
su cargo en Hita que por su nombre, no figura en algunas de las listas de
Guadalajareños ilustres, como la que propone Wikipedia. Y el autor del “Libro
del buen amor”, figura señera de la literatura medieval española, debiera ser,
quizá, el patrón de nuestras letras. Aunque naciera, que tampoco se sabe a
ciencia cierta, en Alcalá de Henares, en Alcalá de Guadaira o quién sabe en qué
Alcalá.
Justo
un poco más tarde aparece la figura de Don Juan Manuel, el toledano autor de
otra obra señera de los principios de nuestra literatura: El Conde de Lucanor.
Aunque quizá, más importante que su lugar de nacimiento, debiera ser el lugar donde engendró a su criatura literaria. Máxime si
tal sitio se corresponde con el
imponente
y perdurable castillo de Cifuentes.
Lo
mismo cabe decir del más importante dramaturgo del XVIII, el madrileño Leandro
Fernández Moratín, autor entre otras obras de la famosísima “El sí de las
niñas”, que gastó una buena parte de su vida en Pastrana.
El
escritor español más relevante, quizá, del
siglo XX, gallego de origen y Premio Nobel de Literatura, Camilo José
Cela, hizo más por nuestra provincia con su famoso
Viaje
a la Alcarria, que los más orgullosos lugareños. Y gastó una buena parte de su
vida con nosotros. Precisamente los carteros del Nobel, allá en Estocolmo,
tuvieron que dirigir a nuestra tierra su
carta anunciadora del merecido galardón.
Y,
por último, para no ser reiterativo en el argumento, el recentísimo caso de
Manu Leguineche, fallecido hace unos días. Patrón y mentor de reporteros. Jefe
de la tribu de los periodistas de riesgo y acción. Trotamundos que abarcó
varias veces la circunferencia terrestre. Escritor de vivencias y
geografías a lo largo y ancho del
planeta, vivió durante los últimos 20 años en Brihuega y murió en su casa de la
capital de la Alcarria.
Y
uno ha leído, con gran orgullo, que Manu Leguineche se despidió de este mundo
en la Casa de los Gramáticos, situada precisamente en la Plaza de Manuel Leguineche de Brihuega.
Y me ha parecido que ese debe ser el camino:
Quizá no hay que irse demasiado lejos para saber vender bien nuestras cosas y
nuestra cultura.
Quizá
todo sea mucho más fácil. Tal vez solo haya que tratar bien a quienes bien nos
quieren, aunque no hayan nacido aquí.
Y ya
se encargarán ellos, sus obras y sus mentores,
pero también nuestro inteligente proceder, de pasear nuestro nombre y
nuestra cultura, hasta confines donde nosotros tal vez no nos hayamos ni atrevido a soñar en llegar.
Francisco
Rodríguez Tejedor
Escritor.
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